Lugares de memoria y territorialización de la memoria
Las dimensiones espaciales de la memoria han sido objeto de diversos estudios centrados en reflexionar sobre las relaciones entre la memoria colectiva, los lugares y paisajes, y las identidades nacionales. Algunos, a partir de los trabajos pioneros de Maurice Halbawachs en los que se indaga por los modos en que la memoria colectiva se constituye espacialmente mediante su anclaje en ciertos lugares materiales; y otros, con base en la obra de Pierre Nora Les Lieux de mémoire (1984-1992) en la que discute la relación entre lugar, memoria e identidad nacional francesa. Nora define lugares de memoria como toda unidad significativa, de orden material o ideal, de la que el trabajo del tiempo o la voluntad de los hombres ha hecho un elemento simbólico del patrimonio de la memoria de una comunidad cualquiera. A su vez, según plantea el historiador francés, los lugares de memoria pueden ser materiales (monumentos conmemorativos, museos, archivos, edificios patrimoniales, así como paisajes), funcionales (asociaciones, diccionarios, leyes, manuales escolares) o simbólicos (conmemoraciones, banderas, himnos).
En el ámbito anglosajón el concepto de Lugares de memoria propuesto por Nora ha sido traducido como como place of memory, realm of memory o, especialmente, como site of memory y ha contribuido al desarrollo de una línea de investigación denominada “Geografía de la memoria”. La geografía de la memoria abarca tanto la relación explícita entre lugar y memoria (paisajes, monumentos, memoriales, museos) como las dinámicas espaciales, locacionales y materiales de las representaciones y prácticas conmemorativas (rituales, festivales, desfiles, peregrinaciones, etc.) fundamentales para la constitución de identidades individuales y colectivas. Entretanto, en Latinoamérica la propuesta de Nora sobre los lugares de memoria ha sido retomada para problematizar las memorias de la represión política en el Cono Sur, manifiestas en monumentos, memoriales y marcas territoriales o como parte de la reflexión sobre políticas de memorialización en naciones en proceso de transición al posconflicto.
Un segundo grupo de estudios que indagan sobre la relación entre espacio, memoria e identidad nacional son aquellos centrados en la transformación del paisaje, en particular el espacio público urbano, con propósitos nacionalistas (monumentos conmemorativos, denominación de calles, plazas, diseños de parques, incluso itinerarios de celebraciones cívicas), que configuran determinados espacios de memoria y celebración oficiales. En el mismo sentido, Kuri, P. sugiere que en la investigación sobre la relación memoria/espacio público es preciso desplegar una mirada analítica constructivista, que considere el carácter dinámico que distingue dicho nexo. En esta línea se inscribirían los trabajos que analizan la tensión entre las narrativas oficiales y no oficiales de la memoria colectiva; así como los que indagan por las estrategias que diversos actores sociales y políticos utilizan en la lucha política y simbólica en/por el espacio público para marcar en él cierta(s) memoria(s).
La que podría concebirse como una tercera línea de investigación la conforman aquellos estudios que parten de una crítica a la obra de Nora e indagan por otras formas espaciales de memoria ajenas a las identidades nacionales. Estos trabajos se preguntan por paisajes no monumentales y lugares de memoria de las minorías y los grupos no hegemónicos, que han sido olvidados en su momento por la memoria oficial y constituyen “paisajes de contramemoria” o “antimemoria” y aquellos que confirman la creciente multiplicación de lugares de memoria con sentido resistente alrededor del mundo. Aquí se inscribirían los estudios vinculados a la memoria de las víctimas.
Blair señala para el caso colombiano que en la literatura sobre las memorias del conflicto es escasa la reflexión sobre de papel del espacio en la producción y reproducción de los fenómenos sociales y políticos, así como el cuestionamiento a la concepción estadocéntrica del poder. Ello para señalar que, dado que existen otras espacialidades, como la del lugar (no solo la espacialidad del Estado) y que las experiencias de memorias que se vienen haciendo a nivel local o en espacios más micro, pueden potenciarse como espacios de poder, en las cuales las comunidades no tendrían necesidad de abogar por un reconocimiento y una legitimidad de orden estatal, sino por uno más micro, anclado a la vida cotidiana. De tal manera, el reconocimiento, la dignidad y el lugar de las víctimas en la memoria colectiva de la sociedad no dependerán del espacio que les conceda el Estado o la memoria oficial, sino de los microespacios donde se desarrolla la vida cotidiana, siendo este ámbito en el que ella tiene sentido, significación y posibilidades de agencia.
Como se aprecia, esta perspectiva analítica no parte de la discusión sobre “los lugares de memoria”, sino que se inscribe en una línea de investigación más amplia en las ciencias sociales, en la cual la dimensión espacial es fundamental para explicar el fenómeno de la acción colectiva, ya sea por la comprensión de que ninguna acción humana está por fuera de las relaciones espacio-temporales que la enmarcan o porque el concepto de lugar y de sentido de lugar, resultan ineludibles para entender el surgimiento y accionar de organizaciones y movimientos sociales.
En Colombia en la última década ha habido una institucionalización de la memoria, con la conformación de organizaciones cuyo propósito es gestionar las iniciativas de memoria en el país. El listado de iniciativas de memoria histórica identificadas y registradas por el Centro Nacional de Memoria Histórica a febrero de 2019, da cuenta de 227 iniciativas, de las cuales 54 están específicamente clasificadas como iniciativas cuya dimensión expresiva es “Lugar de memoria”, y otras 14 iniciativas aunque no tienen asignada una dimensión expresiva, se refieren a la construcción o puesta en funcionamiento de lugares de memoria, lo que indica que cerca del 30% del total de iniciativas de memoria corresponden a lugares de memoria.
Ahora bien, los lugares de memoria no necesariamente llevan a un topos, también se pueden desarrollar en espacios performativos, en el arte y en otras formas de representación, constituyendo lo que algunos autores denominan la memoria performativa que alude a la dimensión simbólica de los procesos de apropiación territorial de grupos o comunidades. En esta dirección, por ejemplo, Rolston y Ospina exponen cómo el trabajo de base manifiesto en los murales conmemorativos de grupos de mujeres y artistas en Gargantillas, Mampuján, Mocoa y en otros lugares de Colombia es crucial, tanto por convertirse en marcadores de lugar (crea un lugar para el duelo, reconociendo públicamente el sufrimiento), pero especialmente porque transmite un poderoso mensaje simbólico, al expresar la verdad de lo que sucedió, reconocer la injusticia involucrada y servir de recordatorio permanente de un crimen, para que no se repita. En este sentido, sostienen los autores, los murales conmemorativos, aunque recuerdan el pasado, pueden tener un papel muy claro en la transformación de conflictos en un periodo de transición.
Guerrero y López analizan cómo procesos y prácticas de memoria se han desarrollado, materializado y representado a través de objetos/imágenes, como fuentes y referencias para la memoria destinadas a explicar el pasado atroz y promover actos de resistencia y humanidad en medio de la inhumanidad de la guerra. Se concentran en tres casos de imágenes (en los municipios de Tierralta, Trujillo y Arenillo), basadas en representaciones religiosas y culturales, que se contextualizan dentro de los espacios a través de los cuales circulan o se establecen, dando así importancia al espacio en el que las imágenes adquieren un significado social y político y las situaciones de conflicto en las que emergen. Las conclusiones de este estudio comparado son de interés, porque dan cuenta de procesos de territorialización de la memoria diferenciados que podrían categorizarse en los tipos de paisajes de la memoria propuestos por Weah. Concluyen Guerrero y López que los tres casos muestran diferencias respecto al proceso de construcción de memoria colectiva en función de cómo se constituyen en referentes de la memoria colectiva y su impacto en la comunidad, las familias u organizaciones. En Tierralta, la representación del mural limita actualmente con el olvido; en Trujillo, la figura de Tiberio posee una cualidad emblemática mediada por organizaciones religiosas e internacionales de derechos humanos y nacionales, así como por las familias y organizaciones que representan a las víctimas, pero no es adoptada por la comunidad en general; y en Arenillo, la virgen es más un recuerdo privado y subterráneo que se opone a otros sitios de memoria determinados institucionalmente”.
Para el caso del departamento de Caldas y eje cafetero, las investigaciones de Nates-Cruz sobre territorialización de la memoria ofrecen marcos interpretativos para escenarios de posconflicto, a partir de análisis de diversos tipos de población implicada con identidades socio-culturales diferenciadas (campesinos, indígenas, afrodescendientes, población heterogénea o mestiza) y marcados procesos de vivencialidad del conflicto (desplazamiento, retorno, permanentes); lo anterior soportado en cartografías temáticas y semióticas, así como modelados de sintaxis espacial. También se destaca como resultado de estas investigaciones, la “pedagogía política sensorial” consistente en modelos comprensivos para la gestión práctica de la memoria y exposiciones itinerantes bajo el concepto de curaduría blanda (registro y montaje audiovisual, de textos, objetos, etc.).
Territorialización de la memoria y organizaciones sociales
El análisis y la comprensión de procesos de territorialización de la memoria liderados por organizaciones de víctimas son pertinentes en varios sentidos. Primero, porque aporta a la construcción de memorias colectivas que actúan como cuadros sociales, elaboradas por los integrantes del grupo, quienes, a su vez, tienen un sentido de pertenencia a la colectividad que alimenta sus sentidos identitarios. Segundo, porque las representaciones sociales creadas, se recrean y se actualizan mediante narrativas y prácticas del grupo; y en este sentido, es prioridad reconocer la capacidad de resiliencia que han demostrado las víctimas para hacer contrapeso al ethos del conflicto que alimenta la polarización y el odio del odio y el recelo entre los grupos a través de iniciativas que propician la convivencia pacífica y la confianza
La experiencia pública de los hechos victimizantes, facilitan la reconstrucción colectiva y fortalecen sentimientos de apoyo. Las organizaciones sociales sirven de puente para expresar y visibilizar la violencia de lo vivido, permitir procesos de resignificación individual y colectiva; y movilizar acciones grupales; funcionando como espacios preventivos* para la salud mental de los participantes. Asimismo, procesos de construcción colectiva han contribuido a la creación de políticas públicas.
Ahora bien, estas iniciativas colectivas permiten la constitución de narrativas colectivas del recuerdo; fortaleciendo a las víctimas en su lucha por dar forma a las representaciones y significados de lo que pasó durante el conflicto armado; configurando espacios de identidad comunitaria. Las organizaciones sociales favorecen procesos de construcción de memoria como una forma de crear sentido social en sus comunidades locales.
Además, dado que los procesos de agenciamiento de víctimas en procesos de transición de un escenario violento a uno de pacificación, implican que además de los lazos en el plano intra-grupal e intergrupal, entablen interacciones formales e informales con actores y colectivas que en el pasado fueron perpetradores. Por lo tanto, la territorialización de la memoria en clave de reconciliación, debe favorecer que las personas y grupos antes enfrentados, experimenten ideas, emociones y actitudes propiciadas alrededor de la coexistencia que suponen los espacios de justicia transicional; con el fin de aportar a la comprensión de lo sucedido en el pasado desde el presente no con el fin de justificar sino para avanzar a procesos de perdón y de reconstrucción de confianza.
Finalmente, la construcción de memorias colectivas paralelamente a la reconfiguración social del territorio en escenarios de posconflicto, constituye un instrumento fundamental para la reparación de las víctimas y para reclamar verdad. Esta no sólo crea lecturas sobre el pasado que incluyen las narrativas de las víctimas y que contribuyen a crear un relato histórico que interpele a futuras generaciones sino que también permite la transformación, resignificación, confianza y dignificación de las víctimas en tanto estas plasman su verdad de los hechos, según cómo fueron experimentadas por ellos, cuando en el contexto de conflicto lo que se impone es el silencio.